Aprender a delegar con las tripas por el suelo

Hoy, igual se me ha ido la pinza. Dímelo tú. Hoy, toca una historia gore.

Masakatsu Morita, no te suena de nada. No me digas que sí, que es un jugador de algún deporte raro, porque no.

Esta persona entrará en nuestra historia en un momento increíble, pero todavía la vamos a dejar en bastidores. Te digo, vas a odiar a Morita.

Antes, hablemos de Yukio Mishima. Escritor, cineasta, maestro del kendo, actor, ultranacionalista, candidato al Nobel, posiblemente homosexual, fundador de un grupo paramilitar llamado Tatenokai.

Hablaba varios idiomas, era capaz de escribir en japonés medieval y dominaba a la perfección el arte de la caligrafía japonesa.

Un Ortega-Smith de su época y geografía, pero en listo.

Igual de Mishima, sí has oído hablar. Tiene algunos libros conocidos, el hombre.

Era muy de derechas.

Mucho.

Extremo.

Tanto, que se propuso que su vida o su muerte supusieran un revulsivo para Japón y la gente se alzara para devolver el poder perdido al Emperador.

La cosa, fue así.

Corrían los locos años 70. El mundo aún no se había vuelto loco por el precio del petróleo, todo era prosperidad y desenfreno, chaquetas de solapas anchas y Roman Polansky grabando en Nueva York movidas sobre el advenimiento del Anticristo.

En Japón, Mishima, no estaba bien. Añoraba tiempos mejores. Quizá era partidario de matar chinos despacico, como hicieron los de la generación anterior a la suya. No lo sé, pero estaba intelectualmente tristón, aunque, como te he contado, el tipo hacía cosas. Muchas. Muy bien, además.

Mishima planeó largo y tendido su seppuku. Vale, no sabes de qué va esto.

El seppuku es parte del bushido. Ah, tampoco.

El bushido es el código de honor de los samuráis. Samurái, sí, ¿verdad? Vale, vale.

Los samuráis, lo del honor, lo llevan a rajatabla. Si el enemigo te pilla, antes de caer preso, mejor morir. Dónde va a parar. Una buena muerte, siempre mejor.

Eso sí, para morir con honor, tiene que doler. Hacer pupita. El seppuku, agradable, no es.

Mishima planeó su acto final durante meses. Dejó sus asuntos en orden, se dirigió a un cuartel militar con cuatro colegas de su grupo ultranacionalista para ver a un alto cargo, al que ataron en su despacho, salió al balcón y arengó a las tropas.

Como nadie le oía, entró de nuevo en el despacho del militar y se puso a tope con su seppuku.

El seppuku, sí lo conoces, también se le llama harakiri.

Es una muerte ritual. Se practica con un cuchillo con dos filos. Antes de llevarla a cabo, hay que escribir un poema y beber té. Colocarte un traje ceñido que limite la movilidad de tu cuerpo, para que, cuando procedas con la ceremonia, las tripas se desparramen donde toca, no te vayas a caer para atrás y dejarlo todo perdido de sangre.

Te pones sentado sobre tus pantorrillas. Hiendes el cuchillo en tu vientre, por la izquierda. Realizas un movimiento horizontal hacia la derecha. Cuando llegas al final, retrocedes, por eso es importante lo de los dos filos.

Espera, que no has terminado. Ahora toca ir hacia arriba desde el centro. Entonces, si lo has hecho bien, tus órganos caen hacia delante, sobre tus rodillas.

Para la ceremonia, cuentas con un ayudante que, a tu señal, acaba con tu sufrimiento, porque ese tipo de corte, no te mata al instante, no. Tu agonía puede durar horas.

Masakatsu Morita. El ayudante. El que tenía que llevar a cabo el último paso, la cagó. Intentó varias veces ponerle la puntilla a Mishima.

No lo consiguió.

Tras varios intentos, le tuvo que pasar los trastos a otro, que acabó con la vida de Mishima en un pispás.

Luego Morita, hizo un 2×1, como Telepizza, se practicó él mismo el harakiri y el otro colega, el que apioló a Mishima, le hizo un fast-track hacia la luz al final del túnel.

Si yo no fuera yo, te hubiera hablado de delegar con mierdas. Te hubiera dicho que identifiques cómo es la persona, si está motivada, si tiene el conocimiento…

Te hubiera contado una historia de pájaros y flores.

Pero yo, soy yo y te digo: Morita, era un tonto motivado. Un tío voluntarioso que, a la hora de la verdad, mete la pata hasta el fondo.

Me imagino que, en sus últimos pensamientos, Mishima tuvo que sentir una tristeza infinita. Él, un tipo recto, exigente, perfeccionista, que se sabía un fuera de serie… en manos de un chapucero que metió la pata en un momento así.

Te dirán que hay que delegar, es verdad. En la vida, delegas cosas.

Pero hay cosas que es mejor que, o no las delegues, o te asegures de que el que las hace, es mejor que tú en el asunto.

Jorge
Si tienes algún amigo amante de Japón y sus movidas, es tu momento. Pásale esto de mi parte. No sé por qué Japón fascina tanto a algunas personas, yo, cuanto más conozco de la cultura japonesa, más marcianos los veo.
Decía mi abuelo (y el tuyo) que de buenas intenciones están llenos los cementerios. Mishima lo que quería, era llegar antes, también te digo.
Mishima hizo un “me pico y no respiro” épico.
Ojo con los bienintencionados, porque ellos heredarán las posiciones de management.

Me hago youtuber


Me hago youtuber

nov 24, 2022

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Ya tengo pisito mirado en Bahamas. Andorra es para pobres.

Hoy el correo va a ser corto, porque ayer Robert y yo estuvimos hablando un rato y lo grabamos para ti.

El video es muy amateur, más todavía que los de esas webs que tú no visitas.

Probablemente está mal iluminado, con un sonido regulero y una edición literalmente inexistente. Y es que, al terminar, Robert dijo Lo subo. Y lo subió.

Y es que, ¿qué mejor lección de un pequeño emprendedor a un tipo curtido en grandes corporaciones que pasar a la acción y probar? Solo por eso, te deberías ver el video.

Ojo.

Una hora y veinticuatro minutos. 1:24. Telita.

Va, para que no te pierdas, te lo pongo fácil:

  • En el minuto 6:15 entramos en harina y te contamos de una forma que entendería un niño de 6 años, qué es estrategia y que no, para que no te la den con queso por ahí.
  • En el 9:26, hablamos de métricas ocultas que no conocemos pero que, si actúas como si las conocieras, te quitarán años de miedo de encima.
  • A partir del 14:50, te decimos el número de métricas que tienes que considerar para gestionar tu negocio. ¿10? ¿20? Mira y llora.
  • ¿Para qué quiero una estrategia? Mírate el 25:40 y dime si no merece la pena tenerla.
  • Solo 5 minutos después, una técnica muy potente que puedes aplicar para entender tu negocio y su evolución.
  • Allá por el minuto 36, me verás explicar el motor de cualquier negocio. De cualquiera. Y cinco minutos después, mierdas que tu cliente no quiere. Y seguimos hablando de las mierdas que añaden las grandes compañías a sus operaciones. Escatología empresarial fina, fina.
  • En el minuto 46:50, una suscriptora de esta newsletter se reirá de mi. Y te contamos como la geopolítica de los 60 ha influido la manera de gestionar compañías para mal.
  • ¿Cómo planifican su estrategia las grandes compañías? Se hizo esperar una horita. Y, sí, hablamos de pasta.
  • Y, 10 minutos después, el motivo por el que todo el mundo te pide datos, pero luego la cagan al usarlo. Salen temas de estos que molan. Buyer persona y mierdas de estas.
  • Luego, una última reflexión sobre la competencia y por qué es buena para ti y por qué deberías hacer justo lo contrario de lo que te recomiendan. Ah, y mencionamos a Antonio Resines y cómo te habla de estrategia en tu cara.

Pues ya estaría.

Si te ves el video, dime que tal. No me cuentes que salgo todo el rato mirando para arriba, de eso, ya me he dado cuenta.

La demostración de amor más grande del mundo

En algún correo enterrado en la bandeja de entrada de los lectores que ya llevan tiempo aquí, he hablado de Harlan.

Harlan Ellison. Novelista de ciencia-ficción, mente retorcida e influencer en una época en la que ser influencer no era una profesión y por ese motivo, quizá no conoces al bueno de Harlan.

Este tipo tiene relatos increíbles. Porque, como Edgar Allan, se especializó en novelas cortas, cuentos, relatos. Te paso un par de títulos, solo para que alucines: No tengo boca y debo gritar¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-Tac.

En otro relato suyo, alguien le pasa un pedacito de papel a otro alguien, detective privado, que tiene que cumplir una misión. En el papel se puede leer: coordenadas geográficas para localizar mi alma. El del papel, era un hombre-lobo.

No me digas que no es flipante.

Ahora igual ya sabes de dónde me viene parte de mi tontería. De leer a enfermos como este.

Harlan, tiene otro relato.

Se llama El pájaro de la muerte.

Ponte en situación, el cuento, es de los 70.

Temas que hoy nos parecen normales, entonces, no lo eran.

En este, hay dos historias cruzadas. Ojo, que convergen.

En una, el protagonista acompaña a su perro al veterinario para poner fin a su sufrimiento. El perro mira tiernamente al humano, al sapiens al cuadrado.

El dueño, entiende. Comprende que su amigo perruno, lo que quiere es no transitar solo al otro lado.

Que el perro necesita calor, cariño, amor.

No me dejes solo.

Qué frío me ha dado escribir esto, joder. Qué poco decimos esas palabras, no me dejes solo.

En fin, sigo.

Hay otra historia. La de la madre del protagonista.

La madre, sufre, las está pasando canutas. Tiene dolor, dolor interminable, inabarcable, indescriptible.

Y solo pide una cosa a su hijo. Al que acompañó al perro mientras transitaba a la tierra soñada por Iker Jiménez.

La madre le dice: utiliza la aguja.

La aguja, que la va a liberar de todo: emoción, pensamiento, sentimiento.

Son dos cosas.

No me dejes solo.

Si me quieres, líbrame del dolor.

Esto, son las dos cosas que, en secreto, queremos todos.

Tu equipo, tu cliente.

Tenlo presente. Deja de tatuarte Carpe diem y mierdas.

No me dejes solo. Líbrame del dolor.

Si entiendes esto, estás en el percentil 5 de los que entienden la vida.

La corporativa, también.

Un abrazo gordo, que hoy, después de esto, te hace falta.

Jorge

Uffffffff. Vaya bajonazo, ¿no? Ya rebajo, ya. Hay una alusión velada a otro libro en el tercer párrafo. Si alguien es capaz de adivinarlo y quiere una mención en el correo de mañana, con responder a este correo, lo tiene hecho.
Sí, hay versión cinematográfica. Sí, tiene que ver con una omisión.

Caso real de cómo la gente se complica la vida

El ser humano es pésimo haciendo algunas cosas. Es nefasto, por ejemplo, recordando elementos concretos.

¿Esto es malo?

No necesariamente, en su lugar hemos desarrollado técnicas mucho más potentes. Por ejemplo, somos capaces de pensar en el concepto árbol, como algo no específico, sino como la suma de una serie de elementos comunes de cada individuo.

Esto, es de primero de Filosofía, tampoco te creas que lo que te acabo de escribir es canela fina intelectualmente hablando, si tienes más de 12 años, esto lo conocías.

Lo bueno, ya sabes, va al final. Por si tienes prisa y quieres ir al grano. Aunque lo divertido, viene ahora. Aquí es donde me las doy de pedante y te hago un despliegue intelectual del copón.

Bordes, obsesionado con los laberintos, concibió algunos de los más retorcidos que se hayan imaginado. En el relato Funes el memorioso, imagina un laberinto terriblemente cruel: el de un hombre incapaz de olvidar absolutamente nada.

Para esta persona, hablar de un árbol, carece de sentido. El chopo enfrente de tu oficina, no es un árbol, ni siquiera un chopo. Es el chopo de enfrente de tu oficina hoy 22 de noviembre a las 9:15, que es cuando estás leyendo esto.

Pero es diferente al chopo de ayer a las 16:40, cuando las nubes cubrían el cielo y le daban una tonalidad algo azulada.

La crueldad de no poder olvidar nada.

El resto de los humanos, olvidamos.

Como olvidamos, pero necesitamos hablar de cosas, de árboles, de clientes y de coches autónomos en los que la gente se esconde para amarse, inventamos conceptos.

Como inventamos muchos conceptos, los agrupamos.

-Mira, Linneo, un conejo, una paloma, un boj.

-Mmmmm… son seres vivos, pero de especies diferentes, deberíamos agruparlos por categorías.

Así nació la taxonomía. Bueno, así, no, la conversación es invent, claro, pero me encantaría pensar que fue así.

Una taxonomía es una clasificación, una agrupación de cosas semejantes, ya sabes, los seres vivos se distribuyen en reinos, el animal, vegetal, fungi, protoctista y monera. SI no conoces el protoctista, bienvenido al S. XXI.

Los animales se van subdividiendo: vertebrados, que a su vez se dividen en mamíferos y así hasta llegar al homo sapiens sapiens o sapiens al cuadrado que recibirá esto hoy.

En el ámbito laboral, usamos taxonomías, claro que sí.

Son muy prácticas para entender el negocio.

Una vez prospecté para hacer un proyecto muy chulo con un cliente.

El plan era el siguiente: el cliente recibía una serie de documentos, un ser humano pensante y sintiente, un sapiens al cuadrado, recibía el documento y lo clasificaba.

En función de la clasificación, lo enviaba a quien correspondía.

Pensarás, qué coñazo.

Eso pensaban aquellos humanos.

Así que, dijimos: oye, pongamos un robot. Un robot puede hacer esto muy bien. HAL 9000, DeepBlue o Terminator, no, un robot de estos modernos que procesan cosas. Así que, hablamos, hablamos para que nos explicara su tarea.

-Amigo cliente, ¿qué criterio sigues para decidir a quién envías el documento?

-Oh, tenemos una taxonomía, en función del tipo de documento, a unos u otros.

-¡Qué listos! Enséñamela, corazón.

Aquí viene el turrón.

Los documentos en cuestión se tenían que enviar a tres o cuatro áreas. Te pongo un ejemplo: si eran documentos que hablaban de averías, a soporte técnico. Si eran cosas de facturas, a un área dentro de finanzas que era la que hacía los cobros. Luego estaban los de atención al cliente… y poco más.

Ahora, adivina.

A base de clasificar y reclasificar, añadir casuísticas y agregar información espúrea, ¿tú sabes qué número de taxonomías recogía aquel Excel?

Te dejo un par de segundos.

Quizá creas que las 4 categorías, habían crecido.

No sé, a 14…

… o quizá, alguna más, aquello llevaba 10 años usándose, no sé, 25…

… no, si fuera eso, no me estaría alargando, ¿50?…

… vale, vale, 100, 100 taxonomías…

… ¿no?…

No.

Novecientas. Novecientas putas taxonomías.

Que tú, ves eso, miras al de enfrente, sonríes, pero por dentro estás pensando no sé cómo no habéis quebrado.

Porque amigo líder, querida lideresa, esto sólo era un ejemplo. Los seres humanos acumulamos capas de objetos inútiles y no nos desprendemos de ellos solo por si acaso.

Por cariño, por miedo, por pereza.

Hoy, un consejo rápido que te va a hacer destacar entre la multitud de homo sapiens al cuadrado que pululan por las oficinas.

Simplifica. Y despréndete de lo que ya no sirve.

Como eres una persona inteligente, estarás algo zarandeada ahora mismo.

Te envío un abrazo enorme.

Simplifica tu martes.

Jorge

Simple no significa simplista. Ojo, son dos cosas distintas. Einstein, gurú de profesión y físico aficionado, decía aquello de que hay que simplificar las cosas hasta el máximo y parar ahí, porque si no, pierden su esencia.
Como ya sabes, toda esta sucesión de palabras, citas a Borges, apariciones de Linneo, referencias cruzadas a mis correos anteriores, llamadas a la acción y demás vainas, tienen un único propósito: que te enamores de mi excelente prosa hasta el punto de que no puedas refrenar el ardor de leerme cada día, compartas mis correos como si estuvieras preso de una posesión irreflenable y que ya no vuelvas a mirar igual la idea del coche autónomo.
Como diría Benedetti, mi táctica son muchas cosas, mi estrategia, es más simple. De estrategia hablaré pronto y podrás verlo. Avisa a tus amigos, la fiesta va a ser épica.

No te lo volveré a repetir

Tengo dos hijos. En realidad, esta frase, es una mierda. Debería decir: he concebido dos hijos.

Vale, ya sé lo que estás pensando. Espera.

Creo que he ayudado a concebir dos hijos, aunque no tengo una prueba de ADN que lo acredite.

¿Contento?

Como sigamos así, hoy no acabamos el correo.

Pues mis hijos son muy distintos entre sí.

Ayer la pequeña se vino conmigo a hacer los deberes. Yo hacía la comida, ella los deberes de inglés.

Es algo que sucede casi todos los días y que me juego lo que sea a que tú has hecho con los tuyos, si los tienes.

O lo harás.

Igual piensas que no, que les vas a dar autonomía y Montessori y cosas.

Lo harás.

Tenía que traducir unas frases. Empezaba con la primera.

Preguntaba cada frase. Cada palabra.

-Entonces, esto es así, ¿no? Y esto otro, ¿cómo se dice?

-Lo tienes en el cuaderno, búscalo.

-No, en el cuaderno no está.

-Búscaló que sí está. Que la profesora te pone ejercicios de cosas que ya habéis visto en clase.

-¡Que no está, que lo he buscado!

Sigh (esta es la onomatopeya para un suspiro, puedes buscarlo si quieres).

Miradita en el cuaderno, comprobación y retomo la conversación.

-Está. Búscalo.

-¡Que no está!

Por supuesto, estaba.

Pues así 30 minutos, hasta que ya mi cerebro colapsó.

Como siempre, acabé diciéndole que yo no podía hacer los deberes por ella, que pensara las cosas un poco, que leyera bien, que ya valía, que no podía estar preguntándome cada palabra de cada frase.

Cogió el cuaderno y se fue a hacer los ejercicios a su cuarto, claro.

La lección de hoy podría ser esta: muchas veces en la vida nos autolimitamos y no vemos la respuesta a nuestros problemas delante de nuestras narices.

Podría.

Pero no.

Hoy te hablo de otra cosa, de esa perseverancia infinita que tienen los niños y que van perdiendo por el camino.

¿Qué te crees que hizo mi hiza mientras yo seguía aliñando la ensalada y poniendo la mesa?

Abordar a su hermano.

En la vida está bien saber cosas. Pero mantener esa capacidad de pedir ayuda a los que saben… Eso no tiene precio.

No la pierdas nunca y no dejes nunca de pedir ayuda a los que pueden dártela.

Jorge

Son tres cosas. Saber quién te puede ayudar. Pedir ayuda. Seguir insistiendo.
La primera, se hace más difícil conforme avanzas en tu carrera profesional, porque algunas personas se vuelven un poquito hijas de puta al recorrer la senda de la ascensión corporativa. Otras no tendrán ni idea. Unas pocas, te ayudarán. Otras no querrán ayudarte.
Es a esas. Localízalas y pídeles ayuda.
Insiste, persiste, persevera, sé pesadísimo.
¿Ya has comparido alguno de mis mensajes? Pues no sé a qué esperas. Yo voy a seguir pidiéndote cada día y te veo ahí, leyendo sin dejarte ni uno. Lo del asunto, era mentira. Te lo voy a repetir en cada línea. Ya sabes. Comparte, joder.
Hola amigo al que le han enviado este mensaje, aquí abajo tienes una caja para apuntarte. Es solo para los nuevos.

¿Te paras a escuchar a los músicos callejeros?

Cuando vivía en Madrid, tenía un pasatiempo en el metro por las mañanas: observar a la gente. Vale, ahora seguro que piensas que soy un psicópata de manual, un tipo con gafas de pasta que lleva una pala y un bote de cloroformo en el maletero, por si acaso.

No, no iba por ahí.

Me resultaba muy curioso ver esa mezcla de sueño, mala leche, prisa y misantropía.

La gente caminaba rápido, con cara de pocos amigos, empujando a todo aquel que se interpusiera en su camino.

Yo, si podía, iba más despacio. Observaba. Veía a alguna persona con aspecto de haber cruzado el Atlántico para encontrar una vida mejor cabeceando, y me asombraba cómo era capaz de despertar justo en su parada.

O a gente disputándose los asientos vacíos como si les fuera la vida en ello.

Mi momento favorito era cuando aparecía un músico callejero. Ver las caras de molestia de la gente.

Un día, entraron dos chicos, cantaron una versión del Despacito y… se pusieron a rapear. A improvisar rimas sobre los que estábamos en el vagón.

Ese día, volví más contento a casa. Todos lo hicimos.

Había otros músicos. De esos que se ponen en la mitad de un pasillo larguísimo. A esos, por la mañana, temprano, no se paraba nadie a escucharlos. Jugaban la baza de que la música se oía desde centenares de metros.

Había algunos que conseguían algo: que la gente, al pasar, se detuviera, unos segundos solo. O que girara la cabeza.

Pero era muy raro que alguien echara una moneda.

Más extraño aún que alguien se parara delante del músico. Aunque fuera un par de minutos.

Cuando empecé esta newsletter, no sabía lo que pasaría. Ni idea. ¿Gustará? ¿Aburrirá? ¿Espantará?

Ahora ya llevo unos cuantos meses de mensajes. Cada día.

Y, te digo una cosa.

Casi todo el mundo, hace como la gente del metro.

Lee.

Gira la cabeza.

Alguno, se marcha.

Unos pocos, se paran a hablar.

Esos, repiten.

De esos, algunos van a coger a sus amigos del brazo y les van a decir: ven, párate a oír esto.

Los músicos callejeros, lo tienen crudo: casi nunca repiten pasillo.

La lección de hoy es esta: insiste, persiste, tú dale a tu idea. La gente va por la vida pensando en sus historias, con los auriculares puestos, viendo a cientos de personas alrededor, mirando el móvil, viendo los anuncios o las cafeterías.

Da igual que toques que te mueres.

No te van a oír.

Pues tu equipo, igual. Tu cliente, igual. Tus jefes, igual.

Insiste.

Sé la puta gota malaya.

La mosca cojonera.

Cree en ti.

Repite.

Cree más fuerte.

Vuelve a insistir.

Hasta mañana.

Jorge

No te líes, este mensajees para ti. Puedes creer lo que te digo, o tirar la toalla. Tú mismo. Puedes tirar la toalla, claro. Pero si no has insistido 1.000 veces, no lo habrás intentado suficiente.

Por qué hacemos lo que hacemos

Ya te he contado que yo, antes viajaba mucho. Entre 800 y 1.000 Km por semana, entre 8 y 10h de coche cada semana.

Una maldita jornada laboral invertida en llegar y volver de mi destino.

Entre los años 2012 y finales de 2017, madrugones a las 5:00. Y luego, carretera durante cuatro horitas. Mucha radio. Mucho café.

Durante el viaje, pensaba.

Como soy un ser de luz, ingenuo y cándido, me creía a Elon Musk que prometía el coche autónomo.

Para 2020, decía.

Idiota.

Idiota, yo, por hacer caso.

Por pensar que un tipo con claros intereses en posicionar su compañía y su producto estrella, iba a decir la verdad.

Pues ahí iba yo, pensando en lo que haría si el coche pudiera llegar solo a su destino.

Dormir, probablemente.

O trabajar.

Jugar a un videojuego.

Pues resulta, que sí que voy a ser un ser de luz ingenuo y cándido.

Porque mientras yo pensaba eso, un informe de Annals of Tourism Research de 2018, decía otra cosa.

Que los coches autónomos tendrían otro uso.

Uno que ya sabes.

Tralarí, tralará.

Sexo, vaya.

Resulta que, mientras yo iba pensando en usos útiles para mí, gente con malas ideas estaba dándole al cerebro para pensar en otros usos de un coche que no necesita conductor.

Ya te conté que la CIA tiene a un grupo de gente calculando riesgos. Estos tíos ven un coche autónomo y piensan en un arma.

Así que supongo que los de Annals of Tourism Research, están más salidos que los bonobos.

Nota curiosa: los bonobos solucionan los problemas territoriales follando.

Es así.

Lo curioso de todo esto no es que un tipo salido haga un informe sobre usos y abusos del coche autónomo.

No.

Lo curioso es que la prensa recogiera hasta la sociedad este estudio.

Porque, a ver, seamos serios, ¿tú habías oído hablar de Annals of Tourism Research? En tu vida.

Pero si un periodista pilla un informe cualquiera que dice cosas jugosonas, el informe, triunfa.

Yo me imagino a la gente en el metro.

Leyendo el 20 Minutos.

Pensando “halahalahala, que van a usar los coches que van solos p’a follar”.

Luego, en la cafetería de la oficina “eh, Paco, ¿sabes para que vas a usar el coche autónomo? P’a follar”.

Gente haciendo memes sobre el tema, en lugar de acabar el informe de final de mes.

En fin, si ya lo has pillado hace rato, lo voy a dejar.

¿Qué te cuento con todo esto?

Algo muy sencillo.

Tú crees que tu público, es complejo. Segmentas a tus clientes. O a tus empleados. Estos son Millenials, estos son Z.

Hombres o mujeres.

Heterosexuales u homosexuales. O no binarios, trans, queer, o robots.

De entornos rurales o urbanos.

Residentes en un barrio periférico de bajos ingresos o de un barrio rico.

Y lo es. Tu cliente, es complejo. O las personas de tu equipo.

Pero luego… leen una noticia hablando de un informe chorra que ha hecho vete tú a saber quién, y se embrutecen.

Se les cae el cerebro a los tobillos. Si no se atasca a la mitad del viaje.

No amigo líder, querida lideresa.

Lo que de verdad le importa a tu cliente, equipo o futura ex-pareja, son cuatro cosas básicas: sexo, status, relaciones sociales y conservar el pelo / las tetas en su sitio más allá de los 45.

Ni zetas, ni gaitas.

Jorge

Después de esto, me sobra hasta la postdata. Anda, apúntate para recibir esto cada día:

¿A qué tienes miedo?

A ver cómo cuento esto sin enfadarme. Sin ponerme rojo fuego.

Hoy toca otra vez hablar de esto.

Reuniones.

Ya te dije hace un tiempo que son para decidir cosas.

Si no decides, has perdido el tiempo.

Tú, con tu tiempo haz lo que te dé la gana.

De verdad.

P’a ti la vida.

Pero con el tiempo de los demás…

Esto, ya lo sabes. Ya lo hemos hablado.

Quiero ir un paso más allá ¿por qué la gente se amarra a las reuniones más fuerte que Ulises al mástil de su barco? ¿Que el proto-Alien al casco de John Hurt? ¿Que tu jefe a tu cogote?

¿Cuál es el motivo de que demos vueltas una y otra vez y otra y de nuevo vuelta tras vuelta?

Amigo líder, querida lideresa, ya deberías intuirlo.

Me da a mí, que no se te escapa.

Te dejo unos segundos.

La respuesta, te la voy a dar, no te vas a quedar sin ella.

Solo un poco más de tensión.

Una miaja.

Un poquito.

Allá va:

Inseguridad. Miedo. Pánico.

¿Miedo a decidir?

No, miedo a equivocarse.

Joder, a las reuniones se va uno espantado de casa.

Ponte una peli que dé mucho, mucho, mucho miedo y llora lo que necesites. La de John Hurt me vale.

Ahora, antes de entrar a la reunión, ponte en el peor escenario.

El más chungo que se te ocurra.

El puto peor, que dirían los chavales.

¿Lo tienes?

¿Tan terrible es? ¿Puede morir alguien? ¿Puede alguien perder sus extremidades? ¿Necesitas buscar a un acrotomofílico, por si acaso?

Pues, mira, si la respuesta es que no, que, como mucho, alguien se va a cabrear, o que te pueden despedir, o despedir a otro, o que puede que tengas que hacer más trabajo del previsto o… Yo qué sé, si el resultado de la reunión no va a acabar en tragedia, no la alargues y decide.

Porque, te cuento un secreto.

30 minutos más mareando la perdiz no van a hacer que el problema desaparezca.

Jorge

Nunca aceptaré una reunión contigo para perder el tiempo. Pero si quieres hablar de algo concreto, aquí estoy.
Va a ser mi lema de ahora en adelante. Debería ser el tuyo.
Tempus fugit.

109 millones de euros por una mancha

Hoy, todo lo que necesitas saber sobre qué hacer para que una inteligencia artificial no te quite el trabajo.

¿Conoces la obra de Jackson Pollock? Igual si no has nacido en Nueva York, Los Angeles o Carabanchel, no mucho.

Pollock es el Dalí americano. Aunque Dalí, igual no es el mejor ejemplo, porque vivió en América, donde se hacía llamar Avida Dollars.

Lo cual es un anagrama de su propio nombre.

Ya sabes, como Tom Riddle, que era un anagrama de Voldemort.

Lo de Avida Dollars quizá era un hecho no muy conocido hace unos años, pero hay un disco de C. Tangana que se llama así.

Pues nada, hemos pasado de Pollock a Dalí, Voldemort y Tangana en solo unas frases. Sigue el carrusel. [A ver si meto Blade Runner].

A principios de siglo se vendió un Pollock por 140 millones de dólares. A Dalí le hubiera dado un parraque.

Pollock era un tipo digamos dificilillo. Alcohólico, palmó con 44.

Hay rumores.

Rumores que dicen que la CIA, el gobierno de EEUU o los illuminati impulsaron la carrera de Pollock en un contexto en el que el mundo estaba a punto de autodestruirse por un quítame ahí esos misiles.

La URSS había liderado hasta entonces las vanguardias artísticas y el la época, el constructivismo, lo petaba.

No sé si tienes en la cabeza alguna obra de arte constructivista. Te cuento: líneas rectas, formas angulosas, colores básicos (rojo, amarillo, azul, blanco, negro).

Todo muy ordenado y muy alineado con la doctrina. Ya sabes, estos tíos te mandaban a un gulag si te salías del carríl.

Pollock no era así. Era un tío que aprendió que se podía pintar sin pinceles. Chorreando pintura sobre un lienzo.

Así, a lo bruto.

Colores a tope.

Manchas de pintura. Gordas. Con textura.

Pero esta no era parte de valor. ¿Qué te creías?

No, esto es liderazgodelbueno.com, amigo.

La historia de hoy, empieza aquí y mola más.

Hay máquinas.

Máquinas que son capaces de pintar como Pollock. Hay vídeos por ahí, las puedes ver.

No son máquinas sofisticadas, inteligencias artificiales ni chorradas.

Son máquinas con engranajes y poleas.

Tienen dos ejes y cubos de pintura que se van desplazando y vertiendo color por el lienzo.

A tope.

Indistinguibles de un Pollock auténtico para el ojo no entrenado.

Ahora.

140 millones de dólares.

Por un cuadro.

Que puede pintar una máquina en un ratito… Una máquina que te puedes construir tú.

Y tus redes sociales llenas de cuadros pintados por inteligencias artificiales. Hasta arriba de textos creados por inteligencias artificiales.

Yo no sé cuándo sucederá. El momento en el que dejarás de distinguir a la máquina del ser humano.

Cuando pasen el test Voight-Kampff sin que te enteres.

[Así es cómo se hace].

Sé una cosa.

Por qué nos siguen molando los cuadros de Pollock.

Porque, cuando los ves, no piensas en una máquina moviéndose arriba y abajo.

Piensas en un tío borracho. Apretando el tubo de pintura con rabia. Extendiéndola con las manos. Pringándose el puto alma para expresarse. Eso es lo que ves.

Ahora, quieres liderar. Que es inspirar a otros para que hagan lo que tienen que hacer. ¿Les vas a convencer solo con tablas Excel y PowerPoints?

Ni de coña.

Les vas a influir desde las tripas.

Como Pollock.

¿Quieres liderar?

Pórtate como un humano, joder.

Déjate el alma y la piel.

Vive.

Jorge

No me gusta Pollock, te lo digo ya. Ahora, en cuanto pueda, me escapo a Boston a tirarme 3h delante de un Rothko, así te lo digo.
Otro día te hablo de la técnica de pintura de Rothko, lo vas a flipar.
No sé si en otro sitio te hablan de C. Tangana, de Voldemort y de vanguardias americanas para anticiparte las consecuencias que va a tener en tu vida la inteligencia artificial. Por si acaso, igual deberías pensar en compartir esto. Solo por si acaso.