Cuando vivía en Madrid, tenía un pasatiempo en el metro por las mañanas: observar a la gente. Vale, ahora seguro que piensas que soy un psicópata de manual, un tipo con gafas de pasta que lleva una pala y un bote de cloroformo en el maletero, por si acaso.

No, no iba por ahí.

Me resultaba muy curioso ver esa mezcla de sueño, mala leche, prisa y misantropía.

La gente caminaba rápido, con cara de pocos amigos, empujando a todo aquel que se interpusiera en su camino.

Yo, si podía, iba más despacio. Observaba. Veía a alguna persona con aspecto de haber cruzado el Atlántico para encontrar una vida mejor cabeceando, y me asombraba cómo era capaz de despertar justo en su parada.

O a gente disputándose los asientos vacíos como si les fuera la vida en ello.

Mi momento favorito era cuando aparecía un músico callejero. Ver las caras de molestia de la gente.

Un día, entraron dos chicos, cantaron una versión del Despacito y… se pusieron a rapear. A improvisar rimas sobre los que estábamos en el vagón.

Ese día, volví más contento a casa. Todos lo hicimos.

Había otros músicos. De esos que se ponen en la mitad de un pasillo larguísimo. A esos, por la mañana, temprano, no se paraba nadie a escucharlos. Jugaban la baza de que la música se oía desde centenares de metros.

Había algunos que conseguían algo: que la gente, al pasar, se detuviera, unos segundos solo. O que girara la cabeza.

Pero era muy raro que alguien echara una moneda.

Más extraño aún que alguien se parara delante del músico. Aunque fuera un par de minutos.

Cuando empecé esta newsletter, no sabía lo que pasaría. Ni idea. ¿Gustará? ¿Aburrirá? ¿Espantará?

Ahora ya llevo unos cuantos meses de mensajes. Cada día.

Y, te digo una cosa.

Casi todo el mundo, hace como la gente del metro.

Lee.

Gira la cabeza.

Alguno, se marcha.

Unos pocos, se paran a hablar.

Esos, repiten.

De esos, algunos van a coger a sus amigos del brazo y les van a decir: ven, párate a oír esto.

Los músicos callejeros, lo tienen crudo: casi nunca repiten pasillo.

La lección de hoy es esta: insiste, persiste, tú dale a tu idea. La gente va por la vida pensando en sus historias, con los auriculares puestos, viendo a cientos de personas alrededor, mirando el móvil, viendo los anuncios o las cafeterías.

Da igual que toques que te mueres.

No te van a oír.

Pues tu equipo, igual. Tu cliente, igual. Tus jefes, igual.

Insiste.

Sé la puta gota malaya.

La mosca cojonera.

Cree en ti.

Repite.

Cree más fuerte.

Vuelve a insistir.

Hasta mañana.

Jorge

No te líes, este mensajees para ti. Puedes creer lo que te digo, o tirar la toalla. Tú mismo. Puedes tirar la toalla, claro. Pero si no has insistido 1.000 veces, no lo habrás intentado suficiente.