A ver cómo cuento esto sin enfadarme. Sin ponerme rojo fuego.
Hoy toca otra vez hablar de esto.
Reuniones.
Ya te dije hace un tiempo que son para decidir cosas.
Si no decides, has perdido el tiempo.
Tú, con tu tiempo haz lo que te dé la gana.
De verdad.
P’a ti la vida.
Pero con el tiempo de los demás…
Esto, ya lo sabes. Ya lo hemos hablado.
Quiero ir un paso más allá ¿por qué la gente se amarra a las reuniones más fuerte que Ulises al mástil de su barco? ¿Que el proto-Alien al casco de John Hurt? ¿Que tu jefe a tu cogote?
¿Cuál es el motivo de que demos vueltas una y otra vez y otra y de nuevo vuelta tras vuelta?
Amigo líder, querida lideresa, ya deberías intuirlo.
Me da a mí, que no se te escapa.
Te dejo unos segundos.
La respuesta, te la voy a dar, no te vas a quedar sin ella.
Solo un poco más de tensión.
Una miaja.
Un poquito.
Allá va:
Inseguridad. Miedo. Pánico.
¿Miedo a decidir?
No, miedo a equivocarse.
Joder, a las reuniones se va uno espantado de casa.
Ponte una peli que dé mucho, mucho, mucho miedo y llora lo que necesites. La de John Hurt me vale.
Ahora, antes de entrar a la reunión, ponte en el peor escenario.
El más chungo que se te ocurra.
El puto peor, que dirían los chavales.
¿Lo tienes?
¿Tan terrible es? ¿Puede morir alguien? ¿Puede alguien perder sus extremidades? ¿Necesitas buscar a un acrotomofílico, por si acaso?
Pues, mira, si la respuesta es que no, que, como mucho, alguien se va a cabrear, o que te pueden despedir, o despedir a otro, o que puede que tengas que hacer más trabajo del previsto o… Yo qué sé, si el resultado de la reunión no va a acabar en tragedia, no la alargues y decide.
Porque, te cuento un secreto.
30 minutos más mareando la perdiz no van a hacer que el problema desaparezca.
Jorge