La forma de comunicarte mejor con los CEOs (y con tu prima Puri)

Hace tiempo Eros, El Erizo. 🦔 y yo, cruzamos los rayos, como los Cazafantasmas. Yo escribí en su newsletter, él en la mía. En el post que publiqué allí, hablaba de este tema espinoso: cómo comunicarte mejor con un CEO. (Bueno el chiste, ¿eh?).

A ver, te puedes comunicar mejor con un CEO o con tu prima Puri. El caso es que sepas que hay formas y formas de comunicar.

Unas son buenas en un contexto o ante una audiencia, otras, no.

Si ya lo leíste en la newsletter de Eros, hoy te doy fiesta.

Los seres vivos, desde una ameba a un pingüino, pasando por tu cuñado Paco, ejecutan tres funciones vitales básicas: nutrición, reproducción y relación.

El ser humano, el homo sapiens al cuadrado, ha desarrollado sofisticadísimas innovaciones que le han llevado a una encrucijada biológica, esto es, para reproducirse o nutrirse, tiene que ejercitar más que ningún otro organismo del planeta una subfunción: la comunicación.

Ya imaginas, si no sabes comunicarte, no ligarás, no te emparejarás y no tendrás hijos. Lo de los hijos, igual no te apetece, no es obligatorio, pero los preliminares, igual esos, no te los quieres perder.

Y, con la nutrición igual. Si alguna vez has pedido una cero-cero y te han traído una cocacola y no una cerveza, sabes de lo que te hablo.

Así que, saber comunicar bien, es importante.

Pero si lo que quieres es comunicar con un alto ejecutivo, no solo basta con comunicar bien. Quizá tengas que usar las técnicas de comunicación de las grandes consultoras estratégicas.

Y, ¿cómo lo hacen?

Ya llego a eso. Allá por los años 80, Barbara Minto, consultora de McKinsey, desarrolló un método para mejorar tu comunicación, al menos tu comunicación con el C-Level, ya sabes, CEOs, CIOs, CTOs y otros seres CCantes.

Su idea era simple: los seres humanos utilizan de manera natural el método deductivo para comunicarse. Esto significa que empiezan por el principio, siguen con el desarrollo y terminan por el desenlace.

Cuando se trata de comunicar el resultado de un análisis basado en datos, esta forma de comunicar, no es eficaz, porque seguir un razonamiento, es complejo y el receptor se pierde o se aburre, sobre todo si anda justo de tiempo (como un CEO).

Lo que Barbara propone es hacer justo lo contrario: empezar por la tesis, la llamada a la acción, lo que el directivo tiene que entender bien, y usar las conclusiones principales del análisis como puntales que sostienen el argumento. En resumen, usar el método inductivo.

Un ejemplo, imagina que tienes que defender ante un CEO una inversión de millones de euros en tu tecnología. Puedes empezar diciendo que en los próximos años las empresas tienen que ser más eficientes, porque la inflación crece, disminuye la mano de obra cualificada, crece la competencia (y más cosas que el CEO ya conoce).

O puedes decir esto:

La empresa X debe invertir YYYYY millones en esta tecnología porque,

  1. La inversión será rentable en 16 meses.
  2. Se aumentará la capacidad de producción en un Z%.
  3. Las devoluciones se reducirán un W%, mejorando la satisfacción del cliente.

Cada punto sostiene la tesis (que es la llamada a la acción) y se puede además dividir en otros puntos si el CEO pregunta. Y, sobre todo, suenan a música para sus oídos.

Al comunicar con un CEO, asegúrate de que:

  • Identificas claramente la llamada a la acción.
  • Haces que sea la parte más importante de tu comunicación.
  • Empleas el resto de los argumentos para sostener esa idea principal.

Mañana, más.

Jorge

Este año voy a hacer más cosas de estas. ¿Aportar valor? No, darme paseos por otras newsletters.

El valor está dentro cada día.

Los clientes son seres extraños

¿Qué, ya has analizado a tu cliente? Ya sabes si es hombre, mujer o de sexo indeterminado, ¿no?

Si es millennial, centennial, tontainnial…

Su poder adquisitivo.

Si es rubio. O morena. Calve.

Te has parado a hacer un mapa de empatía.

De esos en los que te metes en su cabeza.

Ay, pequeño petirrojo.

Hoy, una lección para que dejes de hacer tontunas y hables con la gente.

Ponte en situación, hace unos años yo era una pieza en la elaboración de un plan estratégico de esos que luego van al CEO.

Hablamos de una compañía que facturaba… 10… 100…

No, miles de millones al año.

A mí son cosas que nunca me impresionaron mucho, pero parece que hay gente a la que le importa, así que, dejo caer el dato. Más de 2.000. Menos de 8.000.

Pues en esa compañía de facturación anual milmillonaria, yo tenía que hacer un benchmark.

¿Lo cualo?

Una comparativa entre esa empresa y el resto.

Decir dónde eran fuertes, donde flaqueaban, qué cosas hacían bien otros y qué no tan bien.

A ver.

Hablamos de compañías que se comparan con otras compañías. Que ingreasn más que estados como Honduras o Yemen.

Esto, te imaginarás, no es fácil.

La información que yo necesitaba, no se va publicando por ahí ni se puede ofrecer alegremente, hay que medir bien que cuentas y cómo.

Pero, sobre todo, tienes que tenerla, lo cual, es jodidamente jodido.

El caso es que yo tenía la información. Pero mi cliente no se quería tele-reunir conmigo para comentarla.

Era una persona ocupada.

Muy ocupada.

Así que hice lo que cualquier buen proveedor haría: proponer una reunión.

Me hice mis 400Km de ida (ya sabes, yo soy un ser extraño que vivo fuera de la urbe hace años, un eremita sabio habitante de ignotas tierras) y me planté en una reunión un poco marciana.

Yo sabía que el trabajo, no estaba completo, porque me faltaba lo más importante: conocer para qué coño quería aquello.

Así que yo fui.

No sé en qué pensaba mi cliente, pero allí, no estaba. Físicamente, sí. Mentalmente…

Pagas una pasta…

Por un trabajo que te está ofreciendo alguien que ha sudado lágrimas de sangre para conseguir información supersensible, que no te enseña, pero te muestra lo suficiente como para que sepas que, aquello, es una puta mina de oro…

Y tú, a por uvas.

Mi cliente era mujer, de mediana edad, probablemente heterosexual, pero eso, daba igual.

Ocupaba un cargo de responsabilidad media en una multinacional cuya sede en España facturaba miles de millones, eso, también daba un poco lo mismo.

Mi cliente, pasaba de mi.

Porque no encontraba lo que iba a buscar.

Y yo lo veía.

Me hizo un par de preguntas para las que yo no tuve respuesta. Luego mi jefe me diría que no podíamos ir a las reuniones sin esas respuestas… pues tío, llévate la Wikipedia porque mi trabajo no es dar respuestas a tonterías.

No, mi cliente no estaba molesto por eso, hizo esas preguntas que no tenían ni pies ni cabeza ni eran relevantes vete tú a saber por qué.

Lo que tenía que hacer, lo vi claro en ese momento, era devolverle las preguntas.

Así que pregunté. Pregunté y repregunté.

Y entonces vi lo que quería esa persona.

Le daba igual lo que yo le contara. Ella, lo que quería saber era cómo hacía XXXX para YYYY.

Y yo tenía esa maldita información, pero no la había puesto porque era algo tan específico que pensaba que era irrelevante.

Así que salí de la reunión, hice 400Km de vuelta, puse lo que sabía que era importante en un marco dorado (es una metáfora, no te despistes), medio contesté las otras preguntas insustanciales con eso que llamamos chau-chau, que es hablar mucho sin decir nada y, fin.

Aquello, gustó mucho.

No por el marco dorado, sino porque el resto del análisis, era la leche.

Pero necesitaba la aprobación de esa persona y su entusiasmo al compartirlo con aquel CEO.

Meses después, mi cliente cambió de empresa y se fue a otra compañía milmillonaria.

No sé qué le preocupaba. Si pensaba que la iban a despedir. O si ya tenía en la cabeza su fuga.

Si era su hijo Luisito, que tenía sarampión.

O que tenía una falta.

Vete a saber.

Lo que sé es que imaginar qué piensa tu cliente, es una pérdida de tiempo.

Levanta el teléfono.

Llama.

Y pregunta.

Eso, es lo único que te llevará al corazón de tu cliente.

Jorge

Esta historia, te la debía. Deuda saldada.

Ese botón no te lo he puesto porque tú tengas una deuda conmigo, sino porque sé que estas historias te molan y te encanta compartirlas con tus seres queridos.

No te sientas obligado a compartir. De verdad. Si te gustan estas historietas, puedes decírmelo y ya está. Es sencillo, das a responder a estos mensajes y me lo cuentas. Yo ya sé que te gustan. Pero me lo puedes decir igual.

¿Hacer o pensar?

El equilibrio entre pensar y hacer, está mal. Una vez me explicaron que la gente, generalmente, se pone a hacer cosas, a lo loco. Y que hay que pensar antes.

Sí y no.

Sí, porque es verdad, al ser humano le cuesta menos lanzarse a hacer cosas que conoce, porque se encuentra en esa cursilada que llamamos zona de confort.

Porque, reconozcámoslo: pensar, duele.

Es duro.

Peeeeeero.

Si piensas demasiado, llega la parálisis por el análisis. A veces elegimos verdad porque el reto, nos acojona.

Así que el problema no es que pensamos poco o demasiado, es que no elegimos sobre qué cosas debemos reflexionar.

Y, toda esta patraña gurusística, para qué, te estarás preguntando.

Pues mira, porque en esta newsletter he decidido que no voy a pensar mucho. Tengo una idea, la ejecuto y veo qué tal.

Así que el otro día, pregunté a una persona si le molaría hacer un crossover. Un cameo, vaya. Y me dijo que sí.

Hoy, a las 13:30, hora de Albacete, recibirás un segundo correo. No es mío. Pero lo parece.

Es de alguien muy joven pero que lo está petando en LinkedIn.

Alguien a quien seguirás, si no lo estás haciendo ya.

Si quieres enterarte, es a las 13:30 en tu correo.

Jorge

Puedes darle a compartir si crees que debes avisar a tu primo Juan de este evento planetario. Va a molar mucho.

El fútbol me da fatiga

El otro día me preguntaba una suscriptora: Por cierto, cuándo hablas del mundial?

Y luego me dio tres buenas razones para seguir el fútbol, te resumo:

  1. Generar relaciones.
  2. Aprender de estrategia y gestión de equipos.
  3. Entender de gestión empresarial.

Así que, vamos al lío.

A mí nunca me ha llamado la atención el fútbol.

Cero.

Pero hace unos años, estaba al tanto de lo que pasaba en el mundillo. Seguía mucho las noticias, tenía amigos futboleros y sabía que los lunes nos reuniríamos alrededor de la máquina de café con los cuchillos en alto para destripar al seguidor del equipo perdedor.

Que, básicamente, cubre el punto 1.

Hoy no me voy a meter mucho en los puntos 2 y 3. Es cierto que los clubes se han profesionalizado enormemente, que LaLiga es una empresaza en toda regla, que llevar una plantilla implica gestionar a gente con mucho ego y poco recorrido vital y que se puede aprender de todo en todas partes.

Algún día igual te cuento historias jugosas sobre estos puntos, pero hoy no toca.

Hoy, te cuento algo sobre el primer punto.

Te decía que hace unos años, estaba al tanto de la actualidad del deporte. Por motivos X que ahora no aplican, algunos domingos hasta me acompañaba el Carrusel Deportivo y sus pitidos horribles.

Ya no.

Y, es una pena, porque, que no te guste el fútbol, implica perderte una diversión muy accesible. Quiero decir, yo tengo complicado ir a ver un cuadro original de Rothko. Puedo ir al Thyssen, claro, pero si quiero ir a ver más de un cuadro, tendré que pasarme por el MOMA.

En cambio, cada semana tengo en cualquier televisor cientos de partidos. Puedo ir ver partidos a menos de 200Km de casa de equipos importantes. Y, si me conformo con ligas menores, ni eso.

Pero, sobre todo, es una fuente de conversación casi universal.

El caso es que me interesaba por saber de fútbol sin tener un interés genuino en ello, por agradar.

Hasta que, hace unos años, durante la preparación al parto, quedamos con una pareja después de una clase.

Rápidamente, la pareja adoptó los roles clásicos: él empezó a hablarme de su trabajo, ella, asaltó a mi mujer preguntándole por la habitación del bebé.

Aquí me saltó la alarma.

Ya me aburría esa situación.

Seguimos la charla y ya vi que aquello, no iba a ir. Éramos de planetas diferentes.

Hasta que él me preguntó “y, entonces, ¿te gusta el fútbol?”.

Yo no quería ser borde.

De verdad.

Pero solté un sequísimo “No”.

Y le cambió la cara.

¿Hice mal? No. Acorté un proceso que no iba a llevarnos a ningún sitio. Esa persona y yo no íbamos a trabar una amistad y aquel café se estaba alargando innecesariamente.

La moraleja de hoy, que no está explícita, es esta.

Me da igual si te encanta el fútbol. El arte moderno. Clavarte clavos afilados en el cuerpo.

Lo único que me interesa y que debería interesarte cuando te relaciones de verdad con la gente, cuando establezcas lazos más allá de la necesidad superficial de colaborar, cuando busques construir un equipo para luchar contra un reto imposible.

Lo único.

Es la pasión.

Si ese tío no hubiera torcido el gesto y hubiera dicho “estás loco, el fútbol es lo mejor, mira, espera que te cuento…”, las cosas podrían haber sido diferentes.

Pero la gente, tira la toalla rápido.

No me gusta el fútbol.

Me flipa que las personas nos pongamos a trabajar juntas para conseguir objetivos abstractos, difíciles de imaginar.

Me alucina que haya equipos de personas que funcionen como un organismo, sea en un despacho de abogados o en un campo de fútbol. Especialmente si en ambos terrenos son capaces de crear resultados.

Y eso es lo que te cuento cada día.

Poniendo pasión a tope.

Por eso, te digo que no pierdas el tiempo. Tu ve a por lo que te apasione. Y se lo cuentas a otro. Pero pon tu esfuerzo en tu pasión, no en agradar a otros como intentaba hacer yo.

Jorge

Los motivos 2 y 3, molan más. Yo conocí al tipo que llevaba a Ruíz-Mateos de chófer, que acabó de chico para todo en el Rayo. Un tipo que tenía unas historias… hay una serie sobre él, no la he visto, pero creo que no contará ni la mitad.

Las cosas se dicen una vez

Esta ha sido una semana de vivir con niños. Ya te he dicho que el mayor superpoder de los niños, es la insistencia.

La van perdiendo con los años, lo cual es una faena, porque dar la turra es un camino seguro para lograr el éxito en lo que te propongas.

El caso es que hay que distinguir entre insistir para que tu mensaje cale e insistir para que alguien haga lo que tiene que hacer o deje de hacer algo que no debe.

Una situación va de persuasión, la otra de idiotez. La del otro.

Me explico, estoy todavía reventado por el día de ayer, vuelos, retrasos y esperas, así que puede salir una genialidad o un espanto.

Me he tirado toda la semana en una isla volcánica visitando entornos volcánicos. En cada una de las visitas paisajístico-culturales, tienda de recuerdos con cosas hechas con pedacitos de rocas volcánicas.

Ya sabes, pulseras, anillos, cosas de estas que los turistas nos llevamos de recuerdo para mirarlos dentro de unos meses y suspirar.

Pues yo quería que mi hija se llevara un recuerdo de la isla.

Y ella, sólo quería un tubo de Mento’s o un paquete de Skittles, una especie de chocolatina.

Como soy un padre cariñoso pero firme, y algo blando en lo que a los deseos de mis hijos se refiere, le dije que no.

Que tenía que elegir otra cosa.

Pero que, antes de irnos de la isla, le compraría golosinas en otro sitio.

Con eso conseguí algo de paz y que se comprara el recuerdito, que acabará en un cajón y espero que algún día lo mire y se acuerde de las vacaciones.

Pero la historia, sigue.

Mi hija, dejó de pedirme las chucherías.

Hasta que llegamos al aeropuerto. Miró el directorio de tiendas de la zona de embarque. Y se aseguró de que visitáramos las dos en las que vendían golosinas.

Vale, pero aquí solo te he hablado de la insistencia.

Mira, los niños, insisten.

Pero si hay algo irritante en la vida es tener que pedirle a un adulto que haga o, sobre todo, que deje de hacer algo, dos veces.

  • Mira, en las presentaciones no usamos este tipo de imágenes porque quedan mal.
  • En las reuniones estamos presentes, no usando el móvil.
  • No hace falta que me consultes esto, hazlo directamente.

Pon lo que te haya pasado a ti.

Piénsalo.

Piensa en algo que te dé más rabia.

Que tener que pedir las cosas a alguien de más de 15, dos veces.

Pues no sé, a mí me ha pasado varias a lo largo de mi vida profesional.

Y, a esas personas a las que les he tenido que repetir las cosas varias veces, no les ha ido bien.

Así que, saca al buen samaritano que llevas dentro y pasa esta idea a otros.

Insiste.

Insiste para no tener que volver a tener que repetir nada dos veces nunca más.

Se hace con el botón de arriba.

Un abrazo

Jorge

He vuelto un poco autoritario. Es el efecto que tienen en mí los aeropuertos. La paciencia que hemos desarrollado los seres humanos es increíble, ayer tuve ganas de saltar el control de acceso, ponerme a los mandos del Boing 737 y sacarlo yo de la pista.

La verdad sobre la pereza

Si quieres mejorar tu creatividad, deja de programar toda tu vida y te tiras unos días rascándote los huevos a dos manos. O lo que quiera que te rasques.

La innovación requiere necesidad.

La creatividad, aburrimiento.

Jorge

El mensaje de hoy, termina aquí. Ha sido una semana rara, con cosas distintas a lo habitual. Mañana, vuelta al lío.
En serio. Se ha acabado. ¿Tengo que hacer como Mathew Broderick en ‘Todo en un día’ y salir en pijama a echarte?
Hoy, no hay más mensaje, ni aprendizaje ni vainas. Estoy de vacaciones. Rascándome la barriga.

La escasez de marihuana del 86

Esto es repe. Te lo puedes saltar. O leerlo de nuevo e intentar averiguar qué demonios tiene este mensaje para haber sido el que más interés despertó. Creo que no llegué a contarte la historia de la que hablo en la postdata… estoy mayor.

Si quieres mejorar tu storytelling, aprovecha durante las vacaciones y te ves todas las pelis de Tarantino. 

Puedes empezar por Reservoir Dogs, que es la primera. 

Hay una escena en la que te cuentan qué es lo importante de una historia. 

¿Qué será, será la estructura, será el énfasis?

Ya te lo dije en otro correo, son los detalles. 

Por si no sabes de qué va la peli, es la historia de un policía que se infiltra en una banda de atracadores. 

Qué hace el condado de Los Ángeles gastando el dinero de los contribuyentes para montar un operativo que incluye a un infiltrado en una banda de poca monta, es lo de menos. 

Hay varias escenas chulas. Diálogos muy divertidos. 

Mi favorita es la escena en la que el policía se prepara para infiltrarse. 

Ensaya. 

Ensaya, ensaya y vuelve a ensayar. 

La historia de cómo se metió en el baño de un aeropuerto cargado de hierba y unos policías con perro entran en el baño. 

Su compañero, le da las claves: tienes que saber si hacía calor, qué camisa llevabas, qué hora era, si ese día te había sentado mal la comida y por eso estabas en el baño. 

Tienes que conocer los malditos detalles. 

A la gente le gustan los detalles. 

Esto lo he aplicado mil veces en los clientes: les cuentas el resultado de tu trabajo y, con suerte, tienes media hora. 

Tiempo insuficiente para contar los detalles, tú preparas algo para lo que te va a dar tiempo a contar, ¿no?

Sí y no. 

No sé cuál es tu sector ni a lo que te dedicas, pero esfuérzate en conocer los detalles, sobre todo si estás enseñando tu trabajo y especialmente el de tu equipo. 

Ni se te ocurra infiltrarte en una banda de criminales sin haber montado antes una buena historia. 

Jorge Hernández

¿Ya está? Ya está. Te iba a contar una historia personal al respecto, que me pasó con una cliente un poco gilip*llas. Ah, que tú crees que los clientes son seres de luz tocados por la divinidad y sus palabras deberían estar grabadas en piedra. Ya, ya. 
Otro día te contaré esa historia, en la que me recorrí 800 Km sin tener un trabajo terminado a sabiendas, porque a veces los clientes son tan cretinos que no se reúnen contigo a no ser que les digas, oye, te voy a enseñar el trabajo por el que has pagado, que ya lo tengo casi listo. 
Mientras llega ese día, puedes compartir este correo con alguien especial y mandarle mis saludos.

La esencia

Hala, qué místico.

Ya ves.

Te lo digo siempre: hay que pelar las cosas. Dejarlas mondas y lirondas. Si tienes tiempo estos días, ponte una conversación entre Jaime Altozano y Rosalía.

Durante el rato que comparten, hablan de qué es lo que sostiene una canción, la estructura oculta que hace que funcione, y los adornos que no aportan a la esencia.

Eso es lo que me gusta de Marcelo Criminal.

Te lo dije ayer.

O el motivo por el que me gusta el punk, cuanto peor suene, mejor. O por el que me gustan algunos cómics de los de fancine, con dibujos feos, pero con un alma increíble.

Vivan los aderezos. De verdad, me encantan… cuando la esencia es increíblemente buena.

Aplícalo en tu trabajo. En el día a día. Cuál es la esencia de lo que haces. Y enfócate en eso y solo en eso.

Cuando lo tengas, ponlo bonito.

Pero no te centres en la cáscara, sino en el alma.

Jorge

Mi canción favorita de Marcelo, habla de Spinoza, los camiones voladores de Fast&Furious y dura 1 minuto. Soy rarito.

Se me olvida que no me quieres

Hoy, arranco con el título de una canción que tengo metida en una zona indeterminada de mi córtex prefrontal.

Se me olvida que no me quieres.

Sobre todo cuando es viernes.

Ah, sí, la he escuchado – pensarás. Es de Carolina Durante y Amaia.

No, amigo.

Es de un tipo muy perturbador y entrañable a la vez que se hace llamar Marcelo Criminal.

No te lo voy a recomendar, porque sé que soy un friki al que le gusta gente como Daniel Johnston, y Marcelo es del mismo palo. Hace música con una guitarra que suena mal y un Casiotone.

Mañana te hablo de la música de Marcelo, descuida.

Hoy, me quedo con sus versos.

No respondas mis llamadas.

No merezco tu atención.

Esto dice el tipo. Si lo ves, lo entiendes.

Porque el muchacho sale en los videos con un aspecto nada apetecible.

Así que habla del desamor con conocimiento de causa.

Yo he sido un postadolescente con más desamores que otra cosa, me hacían poco casito.

Aquí viene la conexión cósmica perso-profesional.

En mis primeros años de carrera en el mundo corporativo creía que mis jefes se darían cuenta del tipo brillante que soy y me acabarían ascendiendo.

Ascender rápido, vivir deprisa, ¿está bien?

En la vida, puedes ir rápido o lento. E ir rápido no es necesariamente mejor, he visto a gente estrellándose con tres churumbeles y un matrimonio desastroso que ha estado a punto de salir en las noticias.

O personas con carreras meteóricas que acabaron como el Challenger en el 84.

Lo importante es marcar tú el camino. Que no te lo marquen.

Nadie te va a ascender sólo porque seas bueno y brillante, hay algo más. Tienes que quererlo y que se note.

Si tu meta no es ascender, no pasa nada.

Pero si lo es y te lo mereces, tendrás que cambiar la mentalidad.

Y punto.

Otro consejo. Este, de regalo.

Desvincúlate emocionalmente de tu empresa. Tú, estás unido a unas personas con las que trabajas, no a una marca.

La empresa, nunca te va a querer. Nunca.

Que no se te olvide que no te quiere.

Jorge

Marcelo es friki al cubo. Mi canción favorita, te la digo mañana. Si antes quieres avisar a alguien, te dejo un botón precioso aquí mismo.

Mírame fijamente

Cuando termines de leer este mail, vas a invitar a varios amigos a suscribirse a esta lista.

Y, cuando lo hagas, vas a acordarte de mí y vas a pensar «¡qué cabrón!».

Atiende. 

Llevamos un tiempo juntos. Y te lo estás pasando en grande. Te lo veo en la cara.

Te digo una cosa: este es el mejor momento para estar en esta newsletter. No va a haber mejor ocasión. 

Así que, si estás pensando si esto es para esa persona… mejor ahora que luego.

Verás.

Quiero que esto llegue al máximo número de personas. Que se comparta. Los motivos, a ti te dan igual. Como si mi objetivo final sea comprar un pulpo gigante, una isla misteriosa con forma de calavera con un volcán en el centro, y una base secreta para montar un imperio del crímen.

Repito: mis motivos, te dan igual.

Es el mejor momento, porque esta newsletter, tiene ya un recorrido. Ya voy conociéndote. Sabiendo dónde puedo apretar. Dónde te duele. Dónde te ríes. Cómo motivarte, cabrearte, inspirarte. 

Pero cuando invites a alguien a suscribirse, no lo harás por este motivo. 

No. 

Lo harás. Pero lo vas a hacer por lo que te voy acontar ahora mismo: efecto Depardieu.

Vuelta al pasado, años 90, se estrena Cyrano, la de Gerard Depardieu, no la del enano de Juego de Tronos.

El efecto Cyrano ya está pillado. Así que este, es otro: el efecto Depardieu.

Ponte en situación. Depardieu-Cyrano se bate en duelo despues de que le insulten por culpa de su nariz, no te vayas a creer que era por su pelo. Cyrano, gasta pelazo.

Ya te has acordado de un par de amigos con pelazo a los que les gustaría este correo, ¿a qué sí? O quizá de un narizotas.

El caso es Cyrano le dice a su oponente lo que va a pasar: va a batirse en duelo mientras improvisa un verso. Le dice con pelos y señales a lo que se va a enfrentar. Y termina su discurso con un épico «y al finalizar, os hiero». 

Empieza el combate. Finta por aquí, verso por allá. Al final de cada estrofa, Depardieu-Cyrano, remata:

Y, al finalizar, os hiero.

El oponente se enfada, aprieta, se asusta. Pero Cyrano, sigue sin cambiar su técnica, amaga, finta, recita. 

Y, al finalizar, os hiero.

El duelo sigue. El oponente, cada vez más encabronado.

Cyrano acaba desarmando a su oponente, que observa lleno de terror. Se planta frente a él. Le da un golpecito en la nariz. Humillante nivel Dios. 

Y, al finalizar, os hiero.

No me digas que no es emocionante. Seguro que te has puesto cachondo y todo. Que estás pensando en ver la peli. O en enviar este correo a un par de personas.

Ojo aquí. Esta es la parte importante. 

La forma de conseguir que otros hagan lo que quieres, pasa por la repetición. Y este sencillo secreto, te puede cambiar la vida. 

No, hay algo más. Una cosa pequeña, que igual te ha pasado inadvertida. Lo que hace Depardieu-Cyrano no es sólo insistir. Hay algo que lo cambia todo.

Empieza diciendo lo que va a pasar. Lidera desde el inicio. 

Así que, en tu próxima negociación salarial, o cuando necesites ampliar el alcance de tu proyecto o cuando quieras ir a ver una peli al cine, empieza diciendo qué quieres conseguir. Lo primero y sin excusas.

E insiste.

Insiste.

Sigue insistiendo.

Y, ahora, puedes releer este correo desde el principio, a ver cómo ha empezado. Y la de veces que te he dicho que lo compartas. O puedes compartirlo directamente con algunos amigos a los que sabes que esta newsletter, les va a encantar. Tú decides. 

Es aquí.

Jorge

Es arriba. No te despistes, céntrate.
Sé lo que estás pensando. Qué cabrón. Ya te lo dije. 

Amigo de una amiga, te ha gustado, ¿eh? Mañana, más.