¿A qué tienes miedo?

A ver cómo cuento esto sin enfadarme. Sin ponerme rojo fuego.

Hoy toca otra vez hablar de esto.

Reuniones.

Ya te dije hace un tiempo que son para decidir cosas.

Si no decides, has perdido el tiempo.

Tú, con tu tiempo haz lo que te dé la gana.

De verdad.

P’a ti la vida.

Pero con el tiempo de los demás…

Esto, ya lo sabes. Ya lo hemos hablado.

Quiero ir un paso más allá ¿por qué la gente se amarra a las reuniones más fuerte que Ulises al mástil de su barco? ¿Que el proto-Alien al casco de John Hurt? ¿Que tu jefe a tu cogote?

¿Cuál es el motivo de que demos vueltas una y otra vez y otra y de nuevo vuelta tras vuelta?

Amigo líder, querida lideresa, ya deberías intuirlo.

Me da a mí, que no se te escapa.

Te dejo unos segundos.

La respuesta, te la voy a dar, no te vas a quedar sin ella.

Solo un poco más de tensión.

Una miaja.

Un poquito.

Allá va:

Inseguridad. Miedo. Pánico.

¿Miedo a decidir?

No, miedo a equivocarse.

Joder, a las reuniones se va uno espantado de casa.

Ponte una peli que dé mucho, mucho, mucho miedo y llora lo que necesites. La de John Hurt me vale.

Ahora, antes de entrar a la reunión, ponte en el peor escenario.

El más chungo que se te ocurra.

El puto peor, que dirían los chavales.

¿Lo tienes?

¿Tan terrible es? ¿Puede morir alguien? ¿Puede alguien perder sus extremidades? ¿Necesitas buscar a un acrotomofílico, por si acaso?

Pues, mira, si la respuesta es que no, que, como mucho, alguien se va a cabrear, o que te pueden despedir, o despedir a otro, o que puede que tengas que hacer más trabajo del previsto o… Yo qué sé, si el resultado de la reunión no va a acabar en tragedia, no la alargues y decide.

Porque, te cuento un secreto.

30 minutos más mareando la perdiz no van a hacer que el problema desaparezca.

Jorge

Nunca aceptaré una reunión contigo para perder el tiempo. Pero si quieres hablar de algo concreto, aquí estoy.
Va a ser mi lema de ahora en adelante. Debería ser el tuyo.
Tempus fugit.

109 millones de euros por una mancha

Hoy, todo lo que necesitas saber sobre qué hacer para que una inteligencia artificial no te quite el trabajo.

¿Conoces la obra de Jackson Pollock? Igual si no has nacido en Nueva York, Los Angeles o Carabanchel, no mucho.

Pollock es el Dalí americano. Aunque Dalí, igual no es el mejor ejemplo, porque vivió en América, donde se hacía llamar Avida Dollars.

Lo cual es un anagrama de su propio nombre.

Ya sabes, como Tom Riddle, que era un anagrama de Voldemort.

Lo de Avida Dollars quizá era un hecho no muy conocido hace unos años, pero hay un disco de C. Tangana que se llama así.

Pues nada, hemos pasado de Pollock a Dalí, Voldemort y Tangana en solo unas frases. Sigue el carrusel. [A ver si meto Blade Runner].

A principios de siglo se vendió un Pollock por 140 millones de dólares. A Dalí le hubiera dado un parraque.

Pollock era un tipo digamos dificilillo. Alcohólico, palmó con 44.

Hay rumores.

Rumores que dicen que la CIA, el gobierno de EEUU o los illuminati impulsaron la carrera de Pollock en un contexto en el que el mundo estaba a punto de autodestruirse por un quítame ahí esos misiles.

La URSS había liderado hasta entonces las vanguardias artísticas y el la época, el constructivismo, lo petaba.

No sé si tienes en la cabeza alguna obra de arte constructivista. Te cuento: líneas rectas, formas angulosas, colores básicos (rojo, amarillo, azul, blanco, negro).

Todo muy ordenado y muy alineado con la doctrina. Ya sabes, estos tíos te mandaban a un gulag si te salías del carríl.

Pollock no era así. Era un tío que aprendió que se podía pintar sin pinceles. Chorreando pintura sobre un lienzo.

Así, a lo bruto.

Colores a tope.

Manchas de pintura. Gordas. Con textura.

Pero esta no era parte de valor. ¿Qué te creías?

No, esto es liderazgodelbueno.com, amigo.

La historia de hoy, empieza aquí y mola más.

Hay máquinas.

Máquinas que son capaces de pintar como Pollock. Hay vídeos por ahí, las puedes ver.

No son máquinas sofisticadas, inteligencias artificiales ni chorradas.

Son máquinas con engranajes y poleas.

Tienen dos ejes y cubos de pintura que se van desplazando y vertiendo color por el lienzo.

A tope.

Indistinguibles de un Pollock auténtico para el ojo no entrenado.

Ahora.

140 millones de dólares.

Por un cuadro.

Que puede pintar una máquina en un ratito… Una máquina que te puedes construir tú.

Y tus redes sociales llenas de cuadros pintados por inteligencias artificiales. Hasta arriba de textos creados por inteligencias artificiales.

Yo no sé cuándo sucederá. El momento en el que dejarás de distinguir a la máquina del ser humano.

Cuando pasen el test Voight-Kampff sin que te enteres.

[Así es cómo se hace].

Sé una cosa.

Por qué nos siguen molando los cuadros de Pollock.

Porque, cuando los ves, no piensas en una máquina moviéndose arriba y abajo.

Piensas en un tío borracho. Apretando el tubo de pintura con rabia. Extendiéndola con las manos. Pringándose el puto alma para expresarse. Eso es lo que ves.

Ahora, quieres liderar. Que es inspirar a otros para que hagan lo que tienen que hacer. ¿Les vas a convencer solo con tablas Excel y PowerPoints?

Ni de coña.

Les vas a influir desde las tripas.

Como Pollock.

¿Quieres liderar?

Pórtate como un humano, joder.

Déjate el alma y la piel.

Vive.

Jorge

No me gusta Pollock, te lo digo ya. Ahora, en cuanto pueda, me escapo a Boston a tirarme 3h delante de un Rothko, así te lo digo.
Otro día te hablo de la técnica de pintura de Rothko, lo vas a flipar.
No sé si en otro sitio te hablan de C. Tangana, de Voldemort y de vanguardias americanas para anticiparte las consecuencias que va a tener en tu vida la inteligencia artificial. Por si acaso, igual deberías pensar en compartir esto. Solo por si acaso.

No te pongo cara

Esta semana estoy con los trastornos mentales. Ni idea de por qué. Será que es noviembre.

El caso es que te hablo de la prosopagnosia.

Esta es posiblemente, la mayor putada que te puede pasar en la vida.

Atiende.

Es la incapacidad para reconocer rostros.

Rostros familiares.

Caras que ves todos los días.

Tu madre.

Tu hija.

Tu pareja.

Tú misma.

O mismo.

Hay dos modalidades de la enfermedad. Una, es congénita, naces con ella. La otra… la otra es adquirida por daño cerebral.

Dime que no es una putada.

Mírame a la cara y dímelo, anda.

Hay una capacidad espejo de esta. A falta de nombre en latín, se les llama súper-reconocedores. Gente capaz de recordar siempre una cara.

Quizá eres parte de ese 2% de la humanidad que tiene este superpoder.

Probablemente pienses que los órganos más relevantes para reconocer a las personas son los ojos.

Que puedes reconocer a alguien solo viendo sus ojos. Lo piensas porque si quieres ocultar tu identidad, lo normal es taparte los ojos. ¿No?

Pues no. Estudios recientes parecen indicar que la capacidad de estos super-reconocedores está que se fijan en un área entre la boca y la nariz.

Imagínate, reconocer al instante a aquel pibonazo con el que te cruzaste la mirada fugazmente en el autobús hace 20 años.

O poder huir de alguien a quien debes pasta desde el instituto.

Vale, ya eres un poco más sabio que ayer.

Ya tienes un poquito de angustia porque sabes que hay gente que no es capaz de distinguir a su hijo entre la multitud y tiene que fijarse en el color de su ropa o en si lleva o no bufanda.

También sospechas que has conocido a algún super-reconocedor, porque alguien random te ha abordado un día y te ha llamado por tu nombre, luego has rebuscado en tu correo y te has dado cuenta de que lo conocías hace años, pero se te había olvidado.

¿Qué vas a hacer con este conocimiento?

Yo te sugiero algo.

De lo que sí te acuerdas, es de las personas a las que aprecias. Familia. Amigos. Colegas.

Dédicales unas palabras amables hoy de mi parte.

No sé cómo de presentes tienes sus caras. Busca una foto suya y encuentra unas palabras.

Que no se olviden de por qué les quieres.

Jorge

Puedes ver mi careto si te apuntas abajo.

Hablemos de impuestos

Tim Harford escribió en El economista camuflado algo así como que la economía es la disciplina que estudia la forma de construir mejores vidas para los seres humanos.

Ese intento por mejorar la vida de la gente, para que los que tienen más contribuyan a mejorar el bienestar de los desafortunados con menos recursos, se ha hecho, a lo largo de la historia, a través de los impuestos.

Se han intentado cosas.

Cosas, raras.

Como crear un impuesto a los sombreros.

Esto sucedió en el S. XVIII en Inglaterra y el pago de la tasa se comprobaba mediante una etiqueta que llevaba la prenda cosida en su interior.

Un impuesto fácil de comprobar.

Si lo piensas, tiene sentido, si tienes muchos sombreros, si te puedes permitir tenerlos, ¿por qué no gravar su posesión? Así, una persona con pocos recursos, pagará una o ninguna vez, mientras que los asistentes a las carreras de Ascot, se inflarían a pagar.

Pero, claro, a la gente, no le gusta pagar impuestos.

Prefieren hacer cosas raras.

Los legisladores, se inventan formas creativas de que, los que más tienen, más pagan.

Los que más tienen, igual de miserables que el resto de la población, empeoran sus condiciones de vida con tal de no contribuir.

Si has visitado Amsterdam, te lo han contado.

En el S. XVII, a alguien se le ocurrió que los ricos tenían casas más grandes. Así que, ¿de qué manera simple puedes medir el tamaño de una casa, sin entrar a interrumpir el descanso de los moradores?

Por la fachada.

A más metros de fachada, más tasa.

¿La respuesta de la gente? Fácil, hagamos la fachada más estrecha.

En Inglaterra intentaron algo parecido: gravar el tamaño de las ventanas.

¿Qué te imaginas que sucedió?

Exacto.

Ventanas más pequeñas.

A ver, que esto, mola.

Estamos diciendo que la gente es capaz de empeorar su calidad de vida, de vivir en un ambiente más oscuro, aunque pueda evitarlo a través del pago de un impuesto.

Estarás pensando que tú no. Que no renunciarías jamás a algo así. Vivir en una casa estrechísima o sin ventanas solo por ahorrarte unos eurillos.

Pero seguro que haces otras cosas.

No sé.

No pedir la compra online por el evitar el recargo de que te la traigan a casa.

Pegarte una tarde buscando en internet la oferta más barata e invertir 4h para ahorrarte 10€.

No hacer el check-in en el avión de esa compañía de bajo coste y tener que volar la familia desperdigada, cada uno en una punta.

Igual no te ha pasado esto nunca.

Quizá hace mucho que no te pasa.

Si es así, enhorabuena.

Porque entonces no tendrás problema en hacer esto. Se trata de algo muy sencillo. No te costará dinero.

Apúntate abajo

Guarda esto para siempre

Arrancar diciendo que guardes esto para siempre, puede sonar a anzuelo para que abras este mensaje.

No lo es.

Aviso, este mensaje tiene varias partes y niveles, voy a ir deshojándolo poco a poco.

Capítulo 1. La gente hace cosas muy raras

Este finde he visto Swallow.

Swallow significa “tragar” en inglés y es una peli que habla de un trastorno peculiar. Básicamente la protagonista tiene Pica, lo que la empuja a tragar objetos no alimentarios.

Una canica, un clavo, tierra, un destornillador, imperdibles…

Este trastorno existe y está documentado, como lo está también el BIID.

Este, da todavía más miedito.

Es una movida.

Si tienes BIID, estás jodido, porque querrás amputarte una extremidad para ser feliz. Es gente que nota las extremidades como algo ajeno, externo al cuerpo.

Te iba a dar ejemplos, pero es tan perturbador, que prefiero no espantarte. En su lugar re contaré que, si conoces a alguien con esto, deberías presentarle a alguien con acrotomofilia.

Esto es, gente que se motiva sexualmente viendo a personas a las que les falta un pedazo de cuerpo.

No es lo más raro que te puedes echar a la cara, están los que tienen abasiofilia (y les molan las personas cojas, pese a que tú y yo ya sabemos que los cojos, sordos y contrahechos odian a la humanidad), los pigmalionistas (se ponen brutos con maniquíes o estatuas), los que tienen coulrofilia (gente a tope con los payasos) y podría seguir un rato, pero lo vas pillando.

La gente, hace cosas raras.

Puede que tu responsable, tu cliente o tu equipo, no.

O a lo mejor sí.

Yo no lo sé.

Igual tienen quinunolagnia. Esto es gente a la que le pone estar en peligro. No sé, se me ocurren casos. Gente que realiza inversiones gigantescas en tecnologías que parecen una mierda, vistas desde fuera. O que tiene comportamientos antisociales que sabes que van a terminar en un despido, trabajes en Twitter o en un Ministerio.

Están los que tienen vincilagnia. Les encanta que les aten. No sé, igual te recuerdes a ti mismo currando un jueves a la una de la mañana y te entran ganas de tocarte. Para hacérselo mirar, ¿no?

El sadismo, lo conoces.

Has leído esta última frase y has recordado a un jefe cabrón.

Venga, sabes que es verdad.

Sí, era ese.

Como te decía, la gente, hace cosas raras.

Les mola que les ocurran cosas en sus puestos de trabajo. Porque no quieren tomar las riendas de sus vidas, o prefieren que otros decidan.

Por no liderar.

Luego están los de la siligomanía. Los que atesoran objetos de valor y no los sueltan ni a tiros. Esos son los que no compartirán este post.

Capítulo 2. La gente cuenta siempre las mismas cosas

Hace meses asistí a una reunión de ventas con un vendedor muy top. Se estaba hablando de una inversión de entre varias decenas de miles de euros anuales y un cuarto de millón.

Me encantaría ver otra vez esa reunión, porque ahora soy más sabio y más intransigente, pero básicamente el cliente nos pedía que demostráramos la capacidad de una solución. Haciendo un piloto gratis.

Por hacerte un símil, es como si tú vas a un concesionario de Ferrari y les pides a Giovanni, un italiano guapo, bronceado y con una sonrisa preciosa, que te demuestre la capacidad del vehículo.

A ver.

Idiota.

Esas cosas, no se piden.

Pero el vendedor top, hizo una cosa que me gustó. Dijo, ok, te lo doy gratis pero, si sale bien, ¿firmamos?

Cri, cri, cri.

El tipo, no era decisor.

Era un cantamañanas.

El caso es que no era eso lo que te quería contar. Sino otra cosa. Ese vendedor top, empezó contando una historia, una historia que he visto muchas veces repetida por ahí. Involucra aviones de la segunda guerra mundial y análisis de datos (en forma de impactos de proyectiles en el fuselaje).

Esa historia, introducida para crear cercanía, proximidad, enganchar al cliente, la has visto mil veces.

No te la cuento, que esto me está quedando algo largo, si te interesa mucho, pídemela, pero la has leído por ahí, fijo.

El caso, lo que te quería contar es esto: somos un coñazo.

Repetimos las mismas historietas hasta la saciedad.

Copiamos como ratas.

Capítulo 3. El regalo

Tienes una necesidad, la que sea, pero no te apañas con eso del story telling. El capítulo 1 de este correo, es tu historia. Es una historia cruda, pero diferente. No sé qué vendes. Qué hábito de tu equipo quieres cambiar. Qué proceso interno quieres transformar.

Coges la primera parte de este correo. Cambias el final, la llamada a la acción.

Y ya lo tienes.

Si lo haces, me cuentas cómo te ha ido.

Jorge

Hoy me ha quedado un post finísimo. El de mañana, será mejor.

Ahora es el mejor momento para estar dentro de esta lista. Todos los días, lecturas como esta. Todos los días.

¿Sabes medirte?

Qué si sé medirme, ¿qué?

El ego, amigo, el ego. Digo amigo, porque para las lectoras, la respuesta estaba clara.

Ayer mi ego, recibió una lección de la hostia. Empiezo fuerte, porque todavía estoy en shock.

Te cuento la historia desde el principio.

Ayer desvirtualicé a Robert dos veces.

Robert tiene una newsletter donde destripa su propio negocio. Quiero decir, él tiene un negocio, que funciona y ofrece servicios muy chulos, de los que te pueden sacar de un apuro de los de verdad, no de apurillos de chichinabo.

Y luego, tiene una newsletter donde enseña cómo mide la evolución de su negocio.

A ver.

Son dos cosas.

Una, el negocio.

Otra, la trastienda, las tripas, la captación de leads, las tasas de conversión, las conversaciones con clientes, las llamadas a la acción y el cierre de la venta.

Te lo ensaña con pelos y señales.

Pues ayer estábamos hablando Robert y yo porque me ha propuesto hacer una cosa juntos que va a ser la leche.

No la hemos hecho.

Pero vas a flipar.

Te lo digo ya.

Porque, si no llego a tener ayer planes para comer, todavía estábamos hablando Robert y yo.

De crear empresas, de estrategia, de acampadas, de negocios pequeños, negocios milmillonarios, de tipos que saben mucho de marca personal, de surolandia y centrolandia.

El caso es que, hablando, hablando, Robert me contó de qué va su negocio, del que le llena la cuenta a fin de mes.

Y entonces, caí. Caí en que ya le conocía. A ver, que un conocido común había hablado de él.

Y ya, flipé en colores.

Pero no te puedo contar más.

Esta es la web de Robert. Entras, pinchas y te suscribes. Es en la que enseña las tripas. La de su otro negocio, no te la puedo decir.

Ah, te cuento por qué estoy en shock. La lección para mi ego.

Después de la charla, Robert hizo una cosa. Envió un correo a sus suscriptores. Un correo que es una carta de ventas espectacular. Escrito en un momento. Llamando claramente a la acción.

Pidiendo a sus suscriptores que se apunten a esta newsletter. Por cierto, ¡hola!

Y haciéndome sentir un poco idiota. Es que es taaaaan fácil hacer una llamada a la acción cuando ves cómo lo hace un genio…

Este tío, se va a comer el mundo, te lo digo ya.

Puedes seguirle ahora, o hacerlo dentro de unos meses, tú mismo.

Jorge
Se hace arriba. Ya sabes, pinchas el enlace, ves lo que ofrece Robert y te apuntas.
Ay, el valor. Mira que todos los días lo mismo, ¿eh?
Venga, la lección de hoy es que el valor está en lo que mides. No en lo que te mide, ¿quieres dejar de portarte como un idiota pubescente? En medir los aspectos clave de tu negocio. No en medir 730 cosas, en medir tres. Cuatro, si me apuras. ¿Cinco? Te estás pasando.
Te cuento cómo lo tienes que hacer, tengas una tienda de barrio o un negocio con muchos ceros:
1. Define qué quieres medir. Comprueba que lo puedes medir.
2. Mídelo. Intenta mejorar los resultados. Mide de nuevo. Toma decisiones. Repite.

Si quieres mandanga como esta, pásate por aquí y te apuntas

 

 

¿Nos conocemos?

Seré claro. No me apetece escribir hoy. Es viernes por la noche en este momento, es tarde y no me apetece devanarme los sesos contándote cosas que te aporten.

Así que, hoy, refrito.

Esto, lo hacen muchos creadores de contenido de newsletters y posts que lees por ahí. Yo no, hasta ahora no.

Siempre hay una primera vez.

Ayer, me escribió una suscriptora. Me pidió videos. Le enseñé uno. Me dijo “Necesito más !”.

Dicho y hecho.

Te voy a dejar un listado.

Así, nos conocemos. Me pones cara.

Y te llevas un montón de valor condensadito para casa.

Ah, por cierto, igual quieres el otro video, ese que sabemos tú y yo que te debo (si estabas en la lista antes de cerrar octubre)… está en camino.

Es que lo vi ayer.

Ufff.

Da vergüencica.

No sé si lo voy a rehacer.

Ni idea.

Si no estabas en la lista, no te lo llevas. Pero haré otra cosa. Esperaré a ver qué tal el video. El de Greta Thumberg y Sana Manning. Y si hay mucha gente que dice “Necesito más !”, te propondré algo para que te lo puedas llevar.

¿Se puede aprender de gestión viendo El Equipo A? ¡Pues claro! De algo te tienen que servir aquellas tardes pegado a la pantalla de la tele viendo a Hannibal Smith recordándote que los puros molan.

¿Eres un poco paquete controlando las reuniones presenciales? No problemo! Mírate esto y fuera malos rollos.

Presenta como un jugón con la Pirámide de Minto, 3 pedazos de videos que, honestamente, no debería haber regalado:

Este es el primero, luego va este y, al final, el último.

Y, el top de los top, cosas que aprendí viendo La Princesa Prometida.

Buen finde.

Jorge

Mi objetivo es recibir muchos de esos “Necesito más !”. Joder, ¿hay algo más emocionante en la vida que eso?

Asegúrate tu dosis diaria, apúntate abajo

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Por cierto. La lección. El valor.
Reutiliza. Copia a otros, pero sobre todo, cópiate a ti mismo como un cabrón. Ah, que eso no vale, ¿no? Botero, Warhol, Coelho, Bad Religion, El Equipo A, Frida… ¿Sigo?

Prefieres valor o palabrotas

Vale, como dicotomía, igual es rara. Me explico: ayer te dije que el post, tenía dos partes.

Que quería confirmar algo. Aclarar algo. Entender algo.

¿He resuelto mi duda?

No.

Espera, empiezo por el principio.

El martes pasó una cosa que tú no sabes: la lista de suscriptores creció un 7%. De repente, sin anuncios en otras redes, peticiones extra o llamadas telefónicas, el número de suscriptores se incrementó.

Anda, anda.

¿Por qué? Ni idea.

Puede que porque en el asunto dijera que el correo incluía palabrotas.

O porque hablara de DAFOs y de temas de estrategia.

Por la combinación de ambos.

El caso es que ayer me dije, oye (sí, hablo conmigo mismo, denúnciame), ¿y si hoy hablas más acerca de la estrategia?

Pues eso hice, contarte cosas sobre cómo una buena estrategia no está completa sin la pasta.

Ni una regular.

Ni una mala.

Ni la estrategia más mierder del universo.

Si no hay pasta, no vale.

En los negocios o en la guerra, la estrategia necesita que se hable de cómo se va a pagar la fiesta.

El caso es que no he averiguado si aumentó el número de suscriptores por las palabrotas o por el valor.

O si hubo algún suscriptor que, amablemente, compartió mi correo entre sus conocidos.

Me da un poco igual, la verdad. Lo importante es que ha pasado y que hoy tú y yo estamos aquí.

Y que, si llevas tiempo en esta lista, sabes lo que ha pasado.

Si no estabas, no lo sabes, pero te enterarás mañana, porque te voy a contar una cosa que, igual te interesa, pero vas a tener que hacer algo para tenerla.

Si ya estabas, atento a lo que te va a llegar en algún momento del fin de semana.

Vamos a la parte del valor de hoy.

Esta newsletter, es mi negocio. No cobro por ella, ni genero ingresos, pero la considero un objetivo de negocio prioritario para mí.

Porque me permite tener contacto contigo, que me sientas un amigo, ese amigo tocapelotas que te dice las cosas que no quieres oír.

Ese soy yo.

Besis.

Una cosa que hago gracias a esta newsletter, es aprender. Aprender a quitarme miedos y mierdas tipo: “esto que cuento, ¿a quién le interesará”. Respuesta: a mucha gente de perfiles muy diversos. Emprendedores, futuros emprendedores, head of movidas, directores de cosas, consultores y curritos. Profesores, libreros, copywriters que siguen aquí día a día.

Aprender, significa probar. “¿Digo esto?”, “¿cuento aquello?”, “¿se ofenderá la gente si escribo ‘hijo de puta’ o me meto con este o aquel?”. Respuesta: la gente se ofende más si escribes “e hecho” que si pones cosas como “los de XXXXX son todos unos cabrones que merecen que los pasen por la tabla”.

Más aprendizajes: el que te escribe un día para decirte “has escrito ‘e hecho’, háztelo mirar”, se anima otro día a comentarte otra cosa. Y otra, y otra…

Más aprendizajes: al cabo de 10 correos, la persona que se paró a comentarte lo de “e escrito”, deja pasar el resto de las erratas.

Así que, espera faltas de ortografía graves en mis correos. No estarán puestas aposta, pero estarán, porque no pienso dedicar ni un minuto a revisar cosas que no te aportan valor.

Llego al aprendizaje.

Al valor.

Al consejo amigo.

Al final.

Experimenta siempre. Experimenta a tope. Experimenta como si no hubiera un mañana.

Permítete escribir “hijo de puta” o “e hecho”. Escríbelo mil veces para sacar de quicio a la gente:

e hecho, e comido, e venido, e vuelto, e mirado, e argumentado, e insultado he, independependientemente, te e tocado mucho los huevos con este párrafo.

Experimenta, joder. Que la vida son dos días.

Jorge

Si lo que prefieres son las palabrotas, vas surtidito. Si es el valor, vas sobrado. Yo, más claro, no te lo puedo poner.

Un business case no te va a dar de comer

Este correo tiene dos partes. Te lo digo porque escribo esto para probar una cosa y mañana verás el resultado de esa prueba. Si me equivoco o si acierto, lo verás mañana.

El otro día te hablé de herramientas que se utilizan para generar la estrategia. Del DAFO. Sí, ese correo en el que metí muchas palabrotas al final.

En el que te hablé de otra cosa.

Un elemento que no puede faltar en un buen diseño de estrategia.

¿Qué será, será?

¿Será hablar del equipo?

¿De las oficinas?

¿Del producto tan guay que vamos a crear?

¿Del logo fardón que ya tenemos diseñado?

No, hombre, no.

Si lo tienes en el asunto del mensaje.

Se trata de la pasta.

Ya sabes.

Lo que se invierte. Lo que se recoge.

Lo que pones. Lo que recibes.

El business case, esa cosa que te dije que hacía mi amigo, el inteligente.

Ese conocimiento arcano, fruto de los años de experiencia, te lo llevas a un Excel más grande que la Sábana Santa y lo compartes con inversores, con tu Director General o con tu prima Conchi en la barbacoa del domingo.

Primer secreto del día: tu Business Case, tu presupuesto, tu análisis de negocio… está mal.

Entiéndeme, está mal no porque hayas sido torpón, sino porque la realidad es inabarcable.

Tú pones en tus hipótesis: alquileres, 750€/mes. Pero luego resulta que en esa zona, las oficinas eran más caras.

O, planeas contratar a alguien por 35.000, pero luego es imposible por menos de 40.000.

Preveías vender XX, pero vendes X.

No tuviste en cuenta el incremento de los intereses del préstamos del banco.

Planeabas incorporar un equipo de 15 personas, pero los de Dirección te autorizan solo 10, lo que va a retrasar el lanzamiento 8 meses.

Y suma y sigue.

Voy al lío, que ya ves cómo va esto.

El otro día te hablaba de estrategia. Cuando alguien venga a hablarte de estrategia… y no te proponga hacer unos números… sospecha.

Sospecha muy pero que muy fuerte.

Porque, recuerda que la estrategia es lo que hacemos cuando no tenemos nada que hacer, sí, pero es el mapa que nos debe hacer llegar a un destino.

Una plan estratégico en un entorno profesional, donde lo que buscamos es una cuenta de resultados sana (ya sabes, que las pérdidas sean menores que los ingresos y esos detallitos), tiene que incluir un estudio económico.

Cuando leas una noticia de que la empresa XXXXXX presenta su nuevo plan estratégico y no se hable en ninguna línea de ingresos, inversiones y esas cosas…

Humo.

Humo negro.

Huno negro como el que perseguía a los protas de Perdidos.

Ahora, el reverso tenebroso.

Recuerda lo que te he dicho antes: da igual los números que eches, están mal. A ver, igual, igual, no da, hazlos con cabeza.

Pero están mal.

La realidad va a ser otra y, a no ser que tengas un negocio extremadamente predecible, tus números están mal.

Entonces, ¿para que hacer algo que está mal?

Para pensar, amigo líder, querida lideresa.

Porque un modelo de negocio, business case o como lo quieras llamar, te puede ahorrar sustos.

Porque vas a ver sobre el papel si tu idea es una mierda.

Y, si no lo haces, no lo vas a ver, te vas a lanzar y vas a pegarte un hostiazo.

Vale, vale, me has convencido pero, ¿cómo lo hago?

Eso, te lo contaré en un futuro incierto, antes tengo que echar mis números.

Jorge

Qué putada, ¿eh? Tener que preparar un plan que sabes que no se va a cumplir. Venga, que te doy un extra con el que no contabas. Un buen business case tiene que incluir una cosa que se llama análisis de sensibilidad. ¿Qué es esto? Que tienes que estresar el modelo. ¿Contarle mi último crucero con fotos y todo hasta que ya no pueda más? No, hombre, no. Considerar que las cosas, van a salir mal. O bien. Y ver qué pasa. Probar con menos ingresos, más gastos. Y ver qué pasa.