Hoy, igual se me ha ido la pinza. Dímelo tú. Hoy, toca una historia gore.
Masakatsu Morita, no te suena de nada. No me digas que sí, que es un jugador de algún deporte raro, porque no.
Esta persona entrará en nuestra historia en un momento increíble, pero todavía la vamos a dejar en bastidores. Te digo, vas a odiar a Morita.
Antes, hablemos de Yukio Mishima. Escritor, cineasta, maestro del kendo, actor, ultranacionalista, candidato al Nobel, posiblemente homosexual, fundador de un grupo paramilitar llamado Tatenokai.
Hablaba varios idiomas, era capaz de escribir en japonés medieval y dominaba a la perfección el arte de la caligrafía japonesa.
Un Ortega-Smith de su época y geografía, pero en listo.
Igual de Mishima, sí has oído hablar. Tiene algunos libros conocidos, el hombre.
Era muy de derechas.
Mucho.
Extremo.
Tanto, que se propuso que su vida o su muerte supusieran un revulsivo para Japón y la gente se alzara para devolver el poder perdido al Emperador.
La cosa, fue así.
Corrían los locos años 70. El mundo aún no se había vuelto loco por el precio del petróleo, todo era prosperidad y desenfreno, chaquetas de solapas anchas y Roman Polansky grabando en Nueva York movidas sobre el advenimiento del Anticristo.
En Japón, Mishima, no estaba bien. Añoraba tiempos mejores. Quizá era partidario de matar chinos despacico, como hicieron los de la generación anterior a la suya. No lo sé, pero estaba intelectualmente tristón, aunque, como te he contado, el tipo hacía cosas. Muchas. Muy bien, además.
Mishima planeó largo y tendido su seppuku. Vale, no sabes de qué va esto.
El seppuku es parte del bushido. Ah, tampoco.
El bushido es el código de honor de los samuráis. Samurái, sí, ¿verdad? Vale, vale.
Los samuráis, lo del honor, lo llevan a rajatabla. Si el enemigo te pilla, antes de caer preso, mejor morir. Dónde va a parar. Una buena muerte, siempre mejor.
Eso sí, para morir con honor, tiene que doler. Hacer pupita. El seppuku, agradable, no es.
Mishima planeó su acto final durante meses. Dejó sus asuntos en orden, se dirigió a un cuartel militar con cuatro colegas de su grupo ultranacionalista para ver a un alto cargo, al que ataron en su despacho, salió al balcón y arengó a las tropas.
Como nadie le oía, entró de nuevo en el despacho del militar y se puso a tope con su seppuku.
El seppuku, sí lo conoces, también se le llama harakiri.
Es una muerte ritual. Se practica con un cuchillo con dos filos. Antes de llevarla a cabo, hay que escribir un poema y beber té. Colocarte un traje ceñido que limite la movilidad de tu cuerpo, para que, cuando procedas con la ceremonia, las tripas se desparramen donde toca, no te vayas a caer para atrás y dejarlo todo perdido de sangre.
Te pones sentado sobre tus pantorrillas. Hiendes el cuchillo en tu vientre, por la izquierda. Realizas un movimiento horizontal hacia la derecha. Cuando llegas al final, retrocedes, por eso es importante lo de los dos filos.
Espera, que no has terminado. Ahora toca ir hacia arriba desde el centro. Entonces, si lo has hecho bien, tus órganos caen hacia delante, sobre tus rodillas.
Para la ceremonia, cuentas con un ayudante que, a tu señal, acaba con tu sufrimiento, porque ese tipo de corte, no te mata al instante, no. Tu agonía puede durar horas.
Masakatsu Morita. El ayudante. El que tenía que llevar a cabo el último paso, la cagó. Intentó varias veces ponerle la puntilla a Mishima.
No lo consiguió.
Tras varios intentos, le tuvo que pasar los trastos a otro, que acabó con la vida de Mishima en un pispás.
Luego Morita, hizo un 2×1, como Telepizza, se practicó él mismo el harakiri y el otro colega, el que apioló a Mishima, le hizo un fast-track hacia la luz al final del túnel.
Si yo no fuera yo, te hubiera hablado de delegar con mierdas. Te hubiera dicho que identifiques cómo es la persona, si está motivada, si tiene el conocimiento…
Te hubiera contado una historia de pájaros y flores.
Pero yo, soy yo y te digo: Morita, era un tonto motivado. Un tío voluntarioso que, a la hora de la verdad, mete la pata hasta el fondo.
Me imagino que, en sus últimos pensamientos, Mishima tuvo que sentir una tristeza infinita. Él, un tipo recto, exigente, perfeccionista, que se sabía un fuera de serie… en manos de un chapucero que metió la pata en un momento así.
Te dirán que hay que delegar, es verdad. En la vida, delegas cosas.
Pero hay cosas que es mejor que, o no las delegues, o te asegures de que el que las hace, es mejor que tú en el asunto.